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Cómo superar la cuesta de enero sin gritar ¡ay diosito! en bucle

O al menos intentarlo, oiga. Que ya es algo. Pero, antes de empezar, ¿como va todo amiguis? 2018 acabó entre papeles de regalo y lazos de colores. Con gente bonita abarrotando nuestra tienda y ojeras de cansancio. Pero felicidad a raudales. A ratos, era un poco el Grinch en versión rosa, no os voy a engañar, pero se me pasaba rápido. Ha sido un año…. ha sido. Y ya. Pero aquí estamos. Sacando las uñas para seguir peleando (con la manicura hecha, ya tu sabeh) y listas para abrigarnos porque esta aventura promete. Y mucho. 

Después de unas semanas de parón (necesario, sobre todo, para mi bienestar neuronal) he vuelto a calzarme las botas y aquí me tienen, con bien de cosas bonitas preparadas para enseñarles. Pero hoy no hemos venido a hablar de mi (a buenas horas, ¿eh?), si no que como compartir es de guapis, pues a ello vamos. 

He aquí la panacea. La solución a todos tus problemas. Bueno. No. Pero… ¿molaría, a que sí? 

Enero siempre es un mes complicadillo. Las últimas semanas del año tienen demasiadas cosas. Demasiados días de fiestas. Demasiadas comilonas. Demasiada saturación. Demasiado. Y, de repente, llega el inicio de año y aunque nos da la bienvenida con un caramelo (¿qué os han traído los reyes? ¡¡Contaaaad!!) después, de repente, la NADA. Así, a lo loco. Y te tienes que acostumbrar a la rutina y al día a día como por arte de magia. Y es difícil. No nos equivoquemos. Así que, este año, decidí cambiar algunas cosillas (rápidas y sencillas) para que enero no me golpeara cual jugador de boxeo en la cara. Y, oiga, de momento, tutto bene.

Regálate 5 minutos para tí. ¡O diez! Tiremos la casa por la ventana, oiga. A ti, que te parece un placer poder ir al baño con la puerta cerrada sin que te llamen a los dos segundos. O a ti que no recuerdas la última vez que te metiste en la bañera. O incluso a ti que me lees con cara de: 

que crees que puedes con todo sin mirar atrás (que puedes, oye, pero es más divertido si lo haces con compañía). Lo agradecerás, créeme. 5 minutos para estar debajo de la ducha. O para usar esas mascarillas y cremas que acumulas en el cajón. Cuídate porque nadie lo va a hacer por ti. Y, lo que es más importante, nadie lo hará como lo puedes hacer tu. Quiérete a ti primero. El resto llega. Fijo.  

Lee. O engánchate a una serie.  O cocina. O sal a correr. O escucha música. Pero hazlo. Deja de procrastinar y crearás buenos hábitos que, sobre todo, te harán mucho más feliz. Y cuando digo mucho. ES MUCHO.  
 
Recupera viejas costumbres como los juegos de mesa o preparar galletas. O dar un largo paseo por calles que has dejado de recorrer. Sal a tomar el café a la terraza (a pesar del frío). Disfruta del atardecer en ese rincón. O del amanecer en ese otro. En silencio y sin prisa. 
 
Llama a alguien que quieres. Llama y díselo. Que no te de miedo o vergüenza. Las amistades requieren tiempo y esfuerzo. Al igual que las relaciones. Y la familia. Y el trabajo. Y cualquier otra cosa que hagas cada día y valga la pena. No las desmerezcas. Utiliza tu tiempo con ellas. Todo el que puedas. Cuídalas. Abrázalas. Y díselo. Siempre. 
 
Haz algo que te haga feliz. De verdad. A ti. Deja de mirar por los demás un rato. Piensa en eso que te hace tremenda ilusión. Esa cosa sencilla y boba que te hace feliz. Hazla. Sin más. Sin remordimiento. Porque puedes, pero, sobretodo, porque quieres. 
 
Resérvate tiempo para el ocio. No es broma. Es necesario y se nos olvida que el tiempo para el ocio también debería ser obligatorio. Nos marcamos en nuestro calendario un trillón de citas. Listas interminables de cosas por hacer. Pero se nos olvida que no hacer nada también es sano. Sano, necesario y bueno. Para el cuerpo, pero aún más para el espíritu. Que nos conformamos con esos cinco minutos de pausa entre hacer una cosa y otra a diario, pero tener un espacio reservado para croquetear sin límites seamos honestos, es casi magia. 
 
Y, por último, vive. Que suena fácil y tonto. Pero importa. Y mucho. Y vemos los días y sus horas pasar y nos quedamos como cazando moscas mientras cada segundo de más es un segundo de menos. No es que tengas que ir aún más corriendo, si no que, aunque vayas corriendo, procura que sea por algo que de verdad valga la pena. Y si toca hacerlo (porque a veces no hay más remedio), al menos, disfruta del trayecto. Que mirar atrás después no suponga un vacío que, créeme, ni quieres, ni te puedes permitir. 

 

Y, hasta aquí, todo lo que aprendí de un año que dolió pero ya acabó.

Prohibido repetir errores. Yo ya estoy lista para ponerme manos a la obra con los nuevos (¡para qué nos vamos a engañar!). Boniquers, por un nuevo año de gratas compañías. Ahora sí… ¡¡empezamos!!.

P.D. Sí, todas las fotos son de cómo está quedando nuestra nueva ofi tras las reformas exprés, las carreras y las «mudanzas» in extremis. David Rodriguez (<3) es el autor de toditas las fotos. 

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